Curiosamente, colecho es un término que, en el momento de redacción de este artículo, no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española, si bien es cierto que su uso empieza a estar más vigente de un tiempo a esta parte aunque se trate de una práctica que tiene más bien poco de novedosa o actual.
Colecho puede decirse que es una palabra que se ha acuñado como traducción al “co-sleeping” o al “bed sharing” del habla inglesa y que viene a referirse a padres e hijos que comparten cama o lecho, es decir, duermen juntos. No debemos confundirlo con cohabitación, que se refiere al hecho de dormir juntos en un mismo espacio pero sin ser en la misma cama. Así es que practicar colecho supone que los bebés comparten sus horas de sueño nocturno en el mismo colchón de sus padres o unificando colchones a través de una cuna especial, llamada cuna colecho.
La acción del colecho también se puede hacer extensible, cómo no, a los niños gemelos, mellizos o incluso a los múltiples. En efecto, colechar en estos casos requiere de un mayor cuidado a la hora de guardar unas pautas de seguridad así como la necesidad de disponer de más espacio, pero es totalmente posible y hay de hecho muchas familias que han contado sus experiencias al respecto en sus blogs o en foros en Internet. En muchos casos suele ser la única forma que encuentran todos los miembros de la familia de poder descansar aunque, como es lógico, las medidas a tomar para un colecho seguro y confortable también han de multiplicarse.
Lo cierto es que si nos adentramos en la raíz de la existencia de esta práctica puede que sea interesante recordar que los seres humanos somos animales mamíferos y que, como tales, nos alimentamos desde que nacemos a través de las glándulas mamarias presentes en las hembras capaces de producir leche. Como es lógico, puede haber muchos casos y muy diversas causas por las que la base de la alimentación de un recién nacido no sea la leche materna. En cualquier caso, los primeros instintos de un bebé al nacer tienen que ver efectivamente con su alimentación y también, cómo no, con la cercanía y el contacto físico como forma de protección. Un humano recién nacido es de los seres más vulnerables que existen en la naturaleza. Se dice que el llanto que produce en un bebé la lejanía de sus padres está directamente relacionado con la supervivencia, pues la lejanía podría suponer ser presa de algún animal salvaje o de ser abandonado por descuido. El riesgo de ser atrapado por un animal se incrementa por la noche, cuando los padres se encuentran descansando, y de ahí que el llanto sea más habitual cuando el bebé se encuentra solo en la oscuridad. A diferencia de otros animales con capacidad de supervivencia autónoma desde su nacimiento, un humano no es capaz de valerse por sí mismo hasta pasados unos años. Es por tanto cubriendo esa necesidad de protección y amparo por parte de los padres, y más por parte de la madre por su capacidad de producir leche, que el recién nacido efectivamente sobrevive. Puede que llegados a este punto te suene el término de exterogestación o gestación extrauterina, que no es otra cosa que un periodo de tiempo en el que el peque recién llegado al mundo necesita que se le proporcionen los mismos cuidados y ver cubiertas las mismas necesidades que tenía dentro del vientre materno, pero fuera. Se suele estipular que durante al menos otros 9 meses más lo ideal es seguir manteniendo un fuerte vínculo con el niño a través del contacto físico y la alimentación a demanda. En contacto físico entran cuestiones como proporcionar calor, protección y acompañamiento desde el primer segundo de vida. Piel con piel, el bebé se siente “en casa”, reconoce el latido del corazón de su madre, su olor, su timbre de voz y todo ello le tranquiliza y le hace sentir seguro como cuando estaba en su útero pero sin estarlo. El contacto piel con piel es extensible al padre y proporciona al niño también sensación de seguridad como la que percibe con su madre.