Colecho ¿Qué es?

También conocido como “co-sleeping” o “bed sharing”

¿Que es el Colecho?

Si has llegado hasta aquí es muy probable que al menos el término te suene. Puede que se lo hayas oído mencionar a alguien, que hayas leído alguna noticia sobre el tema o puede que conozcas a una familia que lo practique.

Curiosamente, colecho es un término que, en el momento de redacción de este artículo, no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española, si bien es cierto que su uso empieza a estar más vigente de un tiempo a esta parte aunque se trate de una práctica que tiene más bien poco de novedosa o actual.

Colecho puede decirse que es una palabra que se ha acuñado como traducción al “co-sleeping” o al “bed sharing” del habla inglesa y que viene a referirse a padres e hijos que comparten cama o lecho, es decir, duermen juntos. No debemos confundirlo con cohabitación, que se refiere al hecho de dormir juntos en un mismo espacio pero sin ser en la misma cama. Así es que practicar colecho supone que los bebés comparten sus horas de sueño nocturno en el mismo colchón de sus padres o unificando colchones a través de una cuna especial, llamada cuna colecho.

La acción del colecho también se puede hacer extensible, cómo no, a los niños gemelos, mellizos o incluso a los múltiples. En efecto, colechar en estos casos requiere de un mayor cuidado a la hora de guardar unas pautas de seguridad así como la necesidad de disponer de más espacio, pero es totalmente posible y hay de hecho muchas familias que han contado sus experiencias al respecto en sus blogs o en foros en Internet. En muchos casos suele ser la única forma que encuentran todos los miembros de la familia de poder descansar aunque, como es lógico, las medidas a tomar para un colecho seguro y confortable también han de multiplicarse.

Lo cierto es que si nos adentramos en la raíz de la existencia de esta práctica puede que sea interesante recordar que los seres humanos somos animales mamíferos y que, como tales, nos alimentamos desde que nacemos a través de las glándulas mamarias presentes en las hembras capaces de producir leche. Como es lógico, puede haber muchos casos y muy diversas causas por las que la base de la alimentación de un recién nacido no sea la leche materna. En cualquier caso, los primeros instintos de un bebé al nacer tienen que ver efectivamente con su alimentación y también, cómo no, con la cercanía y el contacto físico como forma de protección. Un humano recién nacido es de los seres más vulnerables que existen en la naturaleza. Se dice que el llanto que produce en un bebé la lejanía de sus padres está directamente relacionado con la supervivencia, pues la lejanía podría suponer ser presa de algún animal salvaje o de ser abandonado por descuido. El riesgo de ser atrapado por un animal se incrementa por la noche, cuando los padres se encuentran descansando, y de ahí que el llanto sea más habitual cuando el bebé se encuentra solo en la oscuridad. A diferencia de otros animales con capacidad de supervivencia autónoma desde su nacimiento, un humano no es capaz de valerse por sí mismo hasta pasados unos años. Es por tanto cubriendo esa necesidad de protección y amparo por parte de los padres, y más por parte de la madre por su capacidad de producir leche, que el recién nacido efectivamente sobrevive. Puede que llegados a este punto te suene el término de exterogestación o gestación extrauterina, que no es otra cosa que un periodo de tiempo en el que el peque recién llegado al mundo necesita que se le proporcionen los mismos cuidados y ver cubiertas las mismas necesidades que tenía dentro del vientre materno, pero fuera. Se suele estipular que durante al menos otros 9 meses más lo ideal es seguir manteniendo un fuerte vínculo con el niño a través del contacto físico y la alimentación a demanda. En contacto físico entran cuestiones como proporcionar calor, protección y acompañamiento desde el primer segundo de vida. Piel con piel, el bebé se siente “en casa”, reconoce el latido del corazón de su madre, su olor, su timbre de voz y todo ello le tranquiliza y le hace sentir seguro como cuando estaba en su útero pero sin estarlo. El contacto piel con piel es extensible al padre y proporciona al niño también sensación de seguridad como la que percibe con su madre.

Tranquilidad y protección

Ver tipos de cunas colecho

El calor, la protección y el acompañamiento son sensaciones que el niño tenía dentro del vientre materno y que, una vez en el exterior, se transforman para siempre. Igual que acto seguido de nacer debe aprender a respirar o a comer, también debe aprender a dormir y si se siente seguro será más fácil. Que el bebé y sus padres estén muy cerca estos primeros meses de vida supone para el niño una sensación de tranquilidad y protección que se consigue de forma sencilla. Al margen de que dormir cerca del bebé sea además cómodo para darle el biberón y más todavía para una mamá que da el pecho a su recién nacido, reducirlo todo a que el colecho favorece la lactancia materna es quedarse muy en la superficie. Además, resulta ser más bien al revés: la lactancia materna favorece el colecho, ya que la necesidad de pernoctar teniendo al lado al bebé surge de la necesidad de alimentarle, además de ofrecerle protección y, por tanto, sensación de seguridad.


La lactancia materna favorece el colecho

Colecho significa dormir junto a tu hijo, tenerlo lo suficientemente cerca como para que se sienta protegido, arropado y próximo a su fuente de alimento cuando precisa comer durante la noche, sea esa fuente de alimento el pecho de su madre o un biberón. Cuando es muy pequeño, el hambre surge cada muy pocas horas, así que el hecho de que padres y niños estén cerca en esa etapa, sencillamente lo hace todo más natural, rápido y fácil.

El colecho tiene que ver con cubrir unas necesidades intrínsecas al niño y a sus progenitores, pero no únicamente con ello. Históricamente en Europa era una práctica mucho más extendida. Por ejemplo durante el siglo XIX lo era también por una cuestión de espacio, ya que se tenían más hijos y las viviendas eran más pequeñas, con lo que era habitual que más personas durmiesen juntas en el mismo habitáculo (cohabitación) y a veces en la misma cama (colecho). A medida que se fue generalizando el acceso a viviendas más grandes y con más cuartos, lo fue haciendo también el hecho de que los niños durmiesen en sus propias habitaciones, separados del lecho de sus padres e incluso separados entre hermanos. Sin embargo, a nivel mundial el colecho sí ha sido una práctica común, más de lo que podría parecer. Donde quizá lo haya sido en mayor medida es en los países asiáticos, en los que la cultura de dormir juntos en un mismo colchón está muy arraigada y es totalmente frecuente incluso en nuestros días (o más bien noches). A nivel europeo, el colecho se ha vuelto a hacer un hueco en países como Noruega o Suecia y se puede decir que ha empezado a extenderse esta forma de dormir gracias a las experiencias beneficiosas que comparten quienes la practican, ya sea en la misma cama o con cuna colecho. El sur de Europa, Estados Unidos y Canadá, son de las pocas zonas geográficas mundiales en las que esta práctica no es tan habitual, si bien se puede empezar a vislumbrar un cambio de tendencia en este aspecto.

Como cualquier otra cuestión, el colecho tiene sus defensores y sus detractores, por lo que podrás encontrar a gente muy a favor de que hijos y padres duerman juntos y a gente totalmente en contra, así como estudios o investigaciones que avalan una u otra opción. Ambas posturas tienen sus razones y explicaciones para defenderlas pero lo cierto es que al final cada familia, cada padre, cada madre y cada bebé, deben ser capaces de adaptarse los unos a los otros y, por lo general, nada debería etiquetarse como malo o incorrecto siempre que esté dentro del sentido común y proporcione felicidad al núcleo familiar.

El colecho supone compartir espacio con tu hijo mientras dormís y es especialmente cómodo para las madres que dan el pecho. ¿Por qué no compartir juntos esos momentos?

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